lunes, 25 de marzo de 2024

Firulais

 

Nacido en Tecalitlán, Firuláis fue un payaso que pasó de aristócrata a perder fortunas. Acabó sus días mendigando en los portales de Guadalajara. Aquí resumimos su trágica historia.

Algunos dicen que su apodo lo escogió él mismo desde niño: Firuláis. Otros creen que fue resultado de una broma pesada que le hicieron algunos primos cuando Federico miró a una jovencita que llamaba a su perro. Ante la insistencia de la chica por hacer que se acercara su can, los primos le dijeron: Firuláis, ahí te hablan.

Otra fuente refiere que su personaje nació luego de regresar de Nueva York y haber pasado por problemas de alcohol y otras sustancias, tuvo que realizar diversos oficios: chofer, cantinero y anunciador de circo, donde se disfrazó de payaso y se hizo llamar Firuláis, personaje que no soltaría hasta su muerte.

Más allá de cómo adquirió su apodo, Federico Ochoa y Ochoa fue un entrañable personaje de la alta alcurnia tapatí­a, cuya vida atisbó la fama y el éxito de Hollywood sin conseguir realizar una carrera ni militar ni actoral ni taurina que lo sostuviera económicamente, pero forjó un personaje que interpretó hasta sus últimos días, viviendo de la caridad, regalando sonrisas como payaso en los portales de Avenida Juárez y 16 de Septiembre, en Guadalajara.

Tomó clases con Seki Sano, recorrió en auto Estados Unidos de costa a costa, se casó con una desconocida como si hubiera sido el premio de una jugada de casino (obviamente se divorció), se enamoró de Paquita Vázquez, con quién tuvo a su única hija, Mónica María. Paquita murió, lo que se sumó a las tantas desventuras de Firuláis.

Viudo, con una hija y sin dinero, buscó muchas maneras de salir adelante sin lograr fama pero sí la fortuna del cariño del barrio que lo vio dar trucos de magia y sonrisas a cambio de monedas.

Algunos dicen que su apodo lo escogió él mismo desde niño: Firuláis. Otros creen que fue resultado de una broma pesada que le hicieron algunos primos cuando Federico miró a una jovencita que llamaba a su perro. Ante la insistencia de la chica por hacer que se acercara su can, los primos le dijeron: Firuláis, ahí te hablan.

Otra fuente refiere que su personaje nació luego de regresar de Nueva York y haber pasado por problemas de alcohol y otras sustancias, tuvo que realizar diversos oficios: chofer, cantinero y anunciador de circo, donde se disfrazó de payaso y se hizo llamar Firuláis, personaje que no soltaría hasta su muerte.

Primero intentó ser torero, pero no logró concretarlo. Luego, se interesó por formarse como actor y trabajó con el maestro Rodolfo Usigli e, incluso, todo apuntaba a que harían una película con sus andanzas, pero la muerte alcanzó al productor y fue relegado de su propio papel cuando una dramaturga escribió una obra sobre su historia.

Sin duda, su vida refleja una época y cuenta quizá una de las historias que pocas veces es revelada: la del indigente que pasó por el manicomio y cuyo origen era aristocrático. ¿Quién imaginaría que aquel señor de mirada dulce, casi perdida, sentado en silla de ruedas, había conocido Europa y recorrido los Estados Unidos, gastando fortunas y herencias?

El propio Firuláis escribió su autobiografía, que no logró tampoco un éxito como él habría esperado.

Amo de la improvisación, aceptó el juego de volverse torero por un instante cuando tenía 60 años (1967) y la embestida lo lastimó de manera permanente del tobillo, de ahí que usara silla de ruedas, aunque pudiera caminar perfectamente.

Murió en 1989. Recibió ayuda siempre y cuenta con la simpatía de la sociedad tapatía, que le rindió un homenaje en 2008 al realizar una exposición sobre su vida en el Museo de la Ciudad de Guadalajara, la expo se llamó Firulais (fragmentos selectos de la historia reciente de Guadalajara), cuyo catálogo fue editado por Ema Ediciones.

Obras de 54 artistas contemporáneos fueron realizadas para rendirle un homenaje a él, a su icónico personaje y a lo que significó a nivel simbólico su vida y obra para la sociedad tapatía.

Federico Ochoa y Ochoa nació el 10 de febrero de 1907 en la Hacienda La Purísima, en Tecalitlán, Jalisco. Su excentricidad, buenas maneras, ingenio y enseñanzas tocaron el corazón de los tapatíos.

Fuentes: Isabel Sepúlveda, César Mendoza y Juan José Doñán.

(México Desconocido)

No hay comentarios:

Publicar un comentario