Esta botica se localizaba en la esquina de 16 de septiembre y López Cotilla; su propietario fué Enrique Weitenaver y su encargado fué el Sr. Juan Jaacks quien falleció en 1896 y fué de las primeras personas sepultadas en el Panteón Municipal de Guadalajara, posteriormente fué adquirida por la familia Ibarra y por esa razón cambió su nombre a Droguería Ibarra hasta su desaparición.
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CARRERA Y MORTAJA DEL CIELO BAJA
Como los antiguos panteones de nuestra leal ciudad ya estaban muy llenos, el Ayuntamiento decidió construir uno más grande y adecuado a las necesidades no sólo de este tiempo, sino con vistas a futuro para que sirviera muchos años, naciendo así el Cementerio Municipal o de Mezquitán. Hicieron este panteón en los antiguos terrenos donde estaba la garita de Mezquitán; en un plano de Guadalajara de 1896, aparece este predio en la entonces orilla de la ciudad por el noreste, teniendo su entrada por la calle de Mezquitán.
El señor Juan Jaacks era el nuevo dueño de la famosa Botica Alemana (López Cotilla y 16 de Septiembre) fundada en 1853, su anterior propietario fue don Enrique Weitenaver. Este próspero negocio era muy conocido y frecuentado por los tapatíos de esa época, ya que era una de las boticas mejor surtidas de la ciudad y por consiguiente encontraban todo lo que pedían sus recetas.Al señor Jaacks, de origen alemán, le dio por hacer negocio con las cuestiones mineras, sin saber que por ese motivo iba a encontrar la muerte.
Se cuenta que el sábado 31 de octubre de 1896, partió con rumbo al poblado de Ajijic acompañado del licenciado Gregorio González Covarrubias y de los señores Charles Sponagle y Alejandro Gonson, porque iba a recibir unas minas y algunos terrenos para su administración. Llegada la noche, Juan sonreía y se frotaba gustoso las manos, pues había logrado un lucrativo negocio, rompió su concentración unos toquidos que provenían de la puerta de su habitación, se dirigió algo extrañado para atender al llamado y cuando abrió, tres asesinos vaciaron sus pistolas en él, dejándolo inerte sobre un charco de sangre.
Su cuerpo fue traído a Guadalajara y velado por familiares y amigos, la tristeza en el lugar era mucha, pero con pícara sonrisa uno de los familiares con alta voz le dijo a la multitud: -Miren, el 29 de octubre pasado salió un decreto y en su artículo 2, dice: “El primer cadáver que se inhume en un terreno tomado a perpetuidad, no causará derechos de inhumación”, es decir, que si enterramos a Juan en el nuevo cementerio municipal nos va a salir gratis-. “Oh miseria humana a cuantas cosas te doblegas por el dinero”, por unanimidad se decidió llevarlo a ese panteón, se contrató una elegante carroza fúnebre jalada por hermosos caballos y dio comienzo el cortejo rumbo a ese valle de lágrimas en el barrio de Mezquitán.
Las personas caminaban lentamente siguiendo a la carroza que transitaba por la calle de Mezquitán, acompañados de algunos rezos y pocos cánticos que salían de las bocas de esos cabizbajos miembros de la solemne y elegante comitiva. Resulta que ese mismo día se le ocurrió a otra familia enterrar a uno de sus miembros que había fallecido una noche atrás, en el panteón municipal, pues cosa contraria a Juan, ellos querían aprovechar que no tendrían gastos funerarios ya que los deudos eran exageradamente humildes. Los pobres proletarios iban por la calle del Moro (hoy parte de la Calzada del Federalismo) y con el muerto a cuestas.
No me la van a creer, pero ambos cortejos iban casi a la par, claro que en calles paralelas; cruzaban lentamente las calles mientras que los vecinos y parroquianos que deambulaban por la zona, se quitaban el sombrero y rezaban por el muertito. Pues bien, uno de los miembros de la comitiva de Juan se percató que por la otra calle iba otro fallecido y pasó la voz de que apuraran el paso para llegar primero, ya que ofertas como esa casi no había. Pero también se dieron cuenta los que cargaban el humilde ataúd, que era muy probable que les ganaran el entierro gratis; cuadra que pasaban cuadra que aceleraban el paso ambos grupos.
Un poco antes de llegar a la hoy calle Jesús García, los dos grupos iban prácticamente corriendo, ya que querían pasar primero por el puente que estaba a unos cuantos metros de la entrada al panteón. Iban a toda prisa, pero como Juan Jaacks iba en carroza, fue el ganador de ese premio de no gastar nada para su inhumación; convirtiéndose también en el primer inquilino del cementerio más antiguo en servicio de nuestra noble ciudad, ya que se inauguró el 02 de noviembre de 1896.